jueves, 21 de febrero de 2013

Soneto

Este gran don Ramón de las barbas de chivo, 
cuya sonrisa es la flor de su figura, 
parece un viejo dios, altanero y esquivo, 
que se animase en la frialdad de su escultura. 

El cobre de sus ojos por instantes fulgura 
y da una llama roja tras un ramo de olivo. 
Tengo la sensación de que siento y que vivo 
a su lado una vida más intensa y más dura. 

Este gran don Ramón del Valle-Inclán me inquieta, 
y a través del zodíaco de mis versos actuales 
se me esfuma en radiosas visiones de poeta, 

o se me rompe en un fracaso de cristales. 
Yo le he visto arrancarse del pecho la saeta 
que se lanzan los siete pecados capitales.

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